Miré a mi alrededor y no vi la cuna. Me asusté. Por fin, cuando alguien vino a la habitación, no me hizo falta hablar, con la mirada lo preguntaba todo, necesitaba saber. Y ella, pausadamente, me explicó todo lo que necesitaba oir.

Pronto tuve una visita muy esperada. Mi marido, Manuel, y mi niño vinieron a verme tras conocer la noticia de mi despertar. Él estaba prácticamente igual, no había cambiado mucho, pero mi bebé era ya un muchachote de siete años, siete!...y yo me los había perdido todos.

Mi marido me explicó que había rehecho su vida, que lo que me había ocurrido, mi despertar, era solo una pequeñísima posibilidad según los médicos, que nunca se produciría y que él, a pesar de creer que nunca volvería a estar con nadie se había sorprendido al poder continuar con su vida.
Ese día hablé con Andrés muy poco, del cole, del tiempo, de lo grande que estaba, solo quería mirarle y volver a alimentarme con su olor, ese olor tan cercano para mi y tan lejano en el tiempo.
No me sorprendió lo de mi marido, en realidad, más que sorprenderme, no me afectó. Nuestro matrimonio hacía tiempo que no funcionaba y nos dejábamos llevar por la rutina y la monotonía, a pesar que la vida nos había regalado a nuestro bebé.La buena noticia es que la situación holgada de la nueva pareja de Manuel hizo posible que nuestra antigua casa siguiera estando disponible y a mi nombre, con lo que al menos, no me vi en la calle.
Mi despertar había sido total, sin efectos secundarios y por tanto ya no había necesidad de permanecer en el hospital.
No tenía familia, solo me quedaba mi pequeño Andrés, y Manuel y yo ya habíamos propuesto un plan de visitas para que poco a poco me fuera acercando a él.
Esa era ahora mi única ilusión, mi único sueño, mi meta.
Continuará...
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